La abdicación de Bernardo O Higgins

Icarito


Mientras tanto, el aislamiento de O Higgins en Santiago era completo. Las conspiraciones desembozadas habían ganado el ambiente. El 28 de enero comenzaron a reunirse los vecinos en el cabildo. Al saberse que las tropas confraternizaban con ellos, el mismo número de asistentes creciendo a tal punto, que hubieron de trasladarse a la del consulado de más capacidad. Sabedor O Higgins de que los jefes militares se habían comprometido a respaldar la revuelta, se dirigió de paisano y sin armas a uno de los escuadrones, arrancó a su jefe las charreteras y lo echó a empujones del cuartel. Acto seguido, volvió al palacio.

La situación había cambiado completamente. Los cabildantes arredrados, iniciaron de nuevo la dispersión, pero los más audaces lo impidieron. Fueron enviados sucesivos parlamentarios a O Higgins. Agotados los recursos, se pensó en el acendrado cariño a su madre. Doña Isabel Riquelme contestó con firmeza: “Prefiero ver a mi hijo muerto que deshonrado”. Por fin se logró que escuchará a don Luis de la Cruz, en quien tenía confianza, tras lo cual se dirigió al consulado. ¿Cuál es el objeto de esta asamblea?, preguntó O Higgins. Don Marcelo Egaña famoso letrado le responde:

“El pueblo señor estima en todo su valor vuestros importantes servicios y mira en vuestra excelencia el Padre de la patria; pero vista la penosa situación por que ella atraviesa y los peligros de la guerra civil y de la anarquía destructora que la amenaza, os pide respetuosamente que pongáis remedio a estos males dejando el alto cargo que habéis ejercido”.

A la insistencia de don Fernando Errázuriz siguió un vocerío ensordecedor: “¡La cesarina! ¡La cesarina!

O Higgins respondió: “No me atemorizan ni los gritos sediciosos ni las amenazas. Desprecio hoy la muerte como la he despreciado en los campos de batalla”.

Y agregó: “Si queréis discutir seriamente la situación del país, buscad el remedio que conviene adoptar”.

Al cabo de un rato, O Higgins ofreció la entrega del mando a la autoridad que designase el pueblo de Santiago y le diera garantías de seguir el orden.

Poco después se reanudó la sesión, que nombró una junta compuesta por don Agustín Eyzaguirre, don Manuel Infante y don Fernando Errázuriz. Juramentada la junta O Higgins abandonó el poder para siempre.

 

Gran Historia de Chile

 

 

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