La otra vacuna para la otra pandemia

MIDAP

Por Raúl Perry  Raúl Perry


Con mucha más esperanza de lo que la prudencia recomienda hemos estado escuchando las noticias sobre la disponibilidad pronta de una vacuna para el Covid-19. La ciencia ha sido reconocida como un elemento esencial para devolvernos el optimismo, aunque no exento de dudas: una encuesta realizada por Ipsos en conjunto con el Foro Económico Mundial mostró que, a nivel planetario, el 27% no está dispuesto a vacunarse. En Chile, esta misma cifra llega al 30%. La principal razón esgrimida: los posibles efectos secundarios de una vacuna que se ha desarrollado tan recientemente.

Es curioso que, gracias a la crisis, todos nos hemos vuelto expertos en salud pública: entendemos la validez de un grupo de control versus grupo de intervención, que son los placebos y las fases de los estudios clínicos. Pero, ¿tenemos este mismo nivel de comprensión en cuanto a la salud mental? En este ámbito, Chile está muy por sobre las estadísticas mundiales (más del 50% en indicadores como la depresión, el suicidio o la dependencia y consumo de drogas), y, por otro lado, según el Hogar de Cristo, solo una de cada cinco personas que requieren atención por salud mental, logra obtenerla.

Si aplicamos nuestros nuevos conocimientos sobre salud pública en el problema de salud mental, nos podemos dar cuenta que nos urge tener una “vacuna”. Si bien resolver los problemas cuando ya se presentan se hace mucho más difícil en cobertura y factibilidad que prevenirlos, llama la atención lo poco que invertimos en prevención, y lo alejados que estamos de usar la ciencia. En los países desarrollados encontramos una amplia oferta de programas preventivos, desarrollados con más de 20 años (y en algunos casos con más de 40) de investigación y evaluación, que se implementan en contextos comunitarios, familiares y escolares. Pero en nuestro país, abunda más la improvisación y la implementación de ideas, que lamentablemente carecen de evaluación y rigor científico.

Estamos en el contexto del optimismo, y por eso creo que es importante mencionar las iniciativas que sí aplican lo mejor de la ciencia y lo ponen al servicio del desarrollo positivo de niños, niñas y adolescentes, para prevenir, tanto en su desarrollo como en su adultez, los problemas de salud mental. Es destacable, por ejemplo, el trabajo de la Subsecretaría de Prevención del Delito en la implementación del sistema Lazos. Durante el presente año, Senda, junto con la fundación San Carlos de Maipo, ha estado pilotando el programa PMTO (Parent Management Training – Oregon Model), que permite adquirir habilidades parentales para padres, madres y cuidadores de niños entre 6 y 12 años, y que recientemente cuenta, con la certificación más alta que puede dar el banco de programas basados en evidencia más exigente de Estados Unidos. Es elogiable cómo un servicio público es capaz de priorizar lo mejor que existe en evidencia para ponerla al servicio de la prevención del consumo problemático de drogas. Y es además destacable, que una iniciativa preventiva de esta naturaleza, no solo genera impactos en el consumo, también ha demostrado en el largo plazo afectar un conjunto de patologías de salud mental e incluso disminuir los niveles de pobreza de quienes participan en este programa.

Sin lugar a dudas que este año ha sido un año difícil, que nos ha desafiado desde lo mental y que ha requerido lo mejor de nosotros. Así también nos va a exigir que pongamos lo mejor de la ciencia para salir adelante. Ya hemos dado algunos pequeños pasos en este camino, es hora de ponerse en marcha.

 

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