Desconcertante

Curriculum Nacional

Por Alfredo Jocelyn-Holt  Alfredo Jocelyn-Holt


A un poco más de un mes de las elecciones de abril, resulta asombroso que un país tradicionalmente reputado por su madurez política pretenda embarcarse en posibles cambios radicales con tan débiles sustentos en qué apoyarse, pero es lo que se espera y no pocos lo exigen.

El contexto es de sobra conocido, aunque no siempre se tiene en cuenta la gravedad y violencia que hemos estado viviendo. A saber, desde el 18-O el gobierno a duras penas ha podido sostenerse, su respaldo ha sido prácticamente nulo, con todo, tampoco han podido deponerlo (¿con quiénes lo sustituirían?). La Constitución ha sido sacrificada aun cuando seguiría vigente, superando toda lógica. Podemos haber estado sumidos en urgencias, pero no, se ha preferido especular sobre cómo idealmente hemos de ser gobernados. Es más, no ha habido un momento desde que se produjera el estallido en que se haya dejado de temer que se repita. Para peor, nos hemos encontrado en medio de una emergencia sanitaria mundial sin precedentes que nos llevará décadas recuperarnos.

En el entretanto se ha intentado manejar la situación mediante estados de excepción que han resultado ser relativamente eficaces. Declarar estado de sitio estaría descartado, incluso en La Araucanía donde se está ante un cuadro insurreccional y operan terroristas. Es que de nada serviría. Chile habría alcanzado un civilismo único; a las fuerzas de orden se las conmina a no disparar ni reprimir, éstas a su vez condicionan su actuar y dejan al gobierno en la estacada. Con todo, se pide más Estado. No se entiende.

Salidas políticas tampoco se ven posibles. El Congreso aunque débil logra hacerse notar congraciándose con demandas populistas; una demagogia al que no le hacen el asco ni izquierdas ni derechas, aunque polariza e impide acuerdos. El centro político se ha vuelto fantasma, y los partidos se fraccionan; desde hace décadas pierden respaldos históricos (millones de votos en algunos casos). El sistema electoral juega a seguro. Perjudica a independientes, el elegido se sabe de antemano, los partidos no son sino máquinas, y las redes sociales solo exigen corrección política y “caras nuevas”, al diablo el resto.

Mil y tantas candidaturas se disputarán 155 escaños en la Convención Constitucional, fuera que el 11 de abril se eligen también alcaldes, concejales y gobernadores. Cuatro elecciones más nos esperan de ahí a fin de año, incluyendo la presidencial y parlamentarias. Ante tamaña avidez electoralista, la abstención puede que hasta aumente. Este es el escenario en que se nos convoca a redactar y aprobar una nueva Constitución. Cuesta dimensionar qué se pretende, a no ser que en Chile al voto se le tenga por milagroso, suerte de devoción supersticiosa popular de que esta es la única manera cómo a dioses y furias se les aplaca y ruega compasión.

 

 

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