El incierto futuro de Chile

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Por Álvaro Ortúzar  Álvaro Ortúzar


Cuando uno lee o escucha a un número no menor de futuros convencionales decir que entre sus postulados se encuentran prohibir la inversión extranjera o restringirla a una previa autorización del Estado, o a otros sostener que antes de participar en la redacción de la nueva Constitución deben estar liberados todos los detenidos por actos delictuales cometidos desde el 18-O, siente una enorme frustración. Y también percibe que, lejos de pensar en cómo se construye un mejor país a partir de lo que existe, el futuro próximo puede ser la destrucción de las instituciones.

La realidad de hoy ha asestado un golpe fatal a los partidos políticos. Nunca quisieron ver su propio desprestigio. El resultado fue su verdadera eliminación en la redacción de la nueva Constitución. Nada aportaron. No captaron el empoderamiento de quienes predicaban que la resistencia, la odiosidad y la destrucción eran el botín del que podía emanar el voto popular. La derecha histórica y la ex Concertación jamás fueron capaces de anticipar lo que se les venía, y fueron indiferentes a la desaprobación mayoritaria de la gente.

Lo propio cabe señalar respecto al gran empresariado, cuyas consignas de “desarrollo” y “crecimiento” no se enfocaron a explicar jamás qué significaban en relación a las demandas sociales. No existió ninguna propuesta frente, por ejemplo, al “No más AFP”, “No más ISAPRES”, etc. Y la reacción frente a ese silencio está a la vista: se acerca el Estado empresario a tomar control de ciertas actividades económicas, se plantea la restricción a la inversión extranjera, se pretende la pérdida de autonomía del Banco Central e incluso la estatización de empresas como las del cobre y el litio.

Estos temas estarán en la mesa de los constituyentes y, de no haber acuerdos y negociaciones que tengan como horizonte el bien común, se producirá un peligroso escenario político y jurídico. Lo cierto es que los grupos más radicalizados se han tomado las calles y los micrófonos, y, hay que reconocerlo, capturado y seducido a muchos compatriotas bajo consignas demagógicas desprovistas de todo contenido y de propuestas racionales. Estos grupos, por ahora, no quieren anticipar tales contenidos y propuestas.

La ceguera del gobierno y de los partidos tradicionales de derecha, izquierda moderada, centro y la DC, hicieron que se enfrascaran en peleas propias de su codicia de poder, traicionándose unos a otros. Ante las futuras elecciones de presidente y parlamentarios, no sería de extrañar que estos conglomerados busquen recomponerse en el mismo afán, sea radicalizándose o buscando el voto popular.

El país con que muchos soñábamos ya es otro. Más allá de que exista la esperanza de diálogos y acuerdos, se ha instalado la convicción de que el desarrollo y crecimiento alcanzados durante los últimos 30 años cobró un precio por la sensación de injusticia y desigualdad social.

 

 

 

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