Audubon, la conquista (de los pájaros) del Oeste

John James Audubon / Nórdica

Por  ISABEL GÓMEZ MELENCHÓN   Audubon, la conquista (de los pájaros) del Oeste


El 18 de octubre de 1820, miércoles, John James Audubon se quejaba amargamente en su diario de lo difícil que resultaba dibujar en un bote donde no se podía permanecer erguido, y ello le causaba fuertes dolores de cabeza. El bote descendía el curso del Ohio para continuar por el Misisipi alcanzar Nueva Orleans, entre arenales y bosques, atravesando rápidos y aguas estancadas; en las orillas, los supervivientes miserables de expediciones que habían contribuido a la expansión del país sin haber sacado de ello más que pobreza y enfermedad, también algunos indios, más orgullosos y libres que los colonos. También ciervos y zarigüeyas y pájaros, muchos pájaros, y todo tipo de aves.

Audubon pasaría a la historia por ellos, convertido en el mayor ornitólogo de Estados Unidos, como mínimo el más conocido, aquel que como nuestro añorado Félix Rodríguez de la Fuente tantas vocaciones despertó y tanto contribuyó a la divulgación y conservación de las especies, porque aquello que no se conoce no se puede apreciar. Y fueron sus dibujos, unas reproducciones como no se habían visto, las que fomentaron su éxito y posterior fama. Su libro Pájaros de América (Birds of America) contenía ilustraciones de todas las especies que el aventurero y científico pudo conocer a lo largo de sus viajes y excursiones. Su ánimo era realizar un compendio de todos los pájaros de Estados Unidos, y si no lo consiguió se acercó bastante.

 

El naturalista

Audubon navegó desde Cincinnatti hasta Nueva Orleans en un bote alimentándose de la caza y en condiciones difíciles

El Diario del río Misisisipi, de John James Audubon, publicado ahora por Nórdica, ofrece un relato fiel de lo que fueron aquellos días y noches de navegación, heladas, fiebres y mosquitos, frío y lluvias torrenciales, de desilusión cuando no conseguía atisbar ningún ejemplar nuevo y alborozo cuando la naturaleza le obsequiaba con algunas de sus criaturas. Las reflexiones del ornitólogo, la narración de su día a día en un bote “de fondo plano”, como no se cansa de reiterar, la convivencia con la tripulación, las descripciones de sus jornadas y de sus estados de ánimo constituyen una lectura deliciosa, salpicada de descripciones llenas de gracia de todo tipo de aves.

John James Audubon
John James Audubon pintado por su hijo,John Woodhouse Audubon
  New York Historical Society

Y también de un repaso de su vida, desde su nacimiento en Les Cayes, Saint-Domingue, actual Haití y entonces posesión francesa, en 1785, hijo de un oficial de navegación francés, comerciante, minero, propietario de un plantación, en suma emprendedor y persona despierta y espabilada donde las haya, y de una mestiza que murió meses después de darle a luz. El padre lo hizo llevar a Francia pocos años más tarde, y así el niño vivió la Revolución Francesa en Nantes dibujando y ya interesado por la naturaleza. Contra lo que afirma la leyenda romántica que tanto gusta al público el pequeño, entonces Jean Rabin, no fue autodidacta, sino que recibió una muy buena formación, que incluyó unos meses en el estudio del mayor pintor de su tiempo, Jean-Louis David, como él mismo explica, aunque algunas investigaciones actuales lo ponen en duda.

En el camino

“Me sorprendió lo incómodo que me sentí al sentarme a almorzar; no había usado un tenedor ni apenas un plato desde que salí de Louisville»

“Mi padre nos dio a mi hermana Rosa y a mí una educación acorde con sus objetivos. Estudié matemáticas desde muy joven y tuve muchos profesores de afable talento. Tal vez hubiera acumulado mayores conocimientos si las constantes guerras en las que Francia estaba envuelta no hubieran forzado mi marcha con tan solo catorce años”. De vuelta a América, donde aprendió inglés, se casó, se estableció, siguió estudiando y dibujando, se trasladó a Kentucky, un estado nuevo con posibilidades para los pioneros, se cambió el nombre, se hizo americano y se arruinó. Y empezó a ganarse la vida con sus dibujos, aunque en realidad era su esposa, Lucy, quien mantenía a la familia con su trabajo como tutora.

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Flamenco americano
 John James Audubon / Nórdica

En aquel octubre de 1820, John James Audubon se embarcó en Cincinnati junto a su ayudante, Joseph Mason, un joven de buena familia a quien pagaba con sus conocimientos, a falta de otra moneda. No llegarían a Nueva Orleans hasta enero de 1821. Sus compañeros de embarcación, explica en el Diario, eran los capitanes Jacob Aumack (“un hombre fuerte, de disposición generosa, algo timorato en el río aunque, eso sí, valiente”) el señor Lovelace (“se le aprecian importantes ansias de hacer dinero) y el señor Shaw (“un bostoniano de constitución débil pero fuerte de estómago. Sabe vivir bien, aunque sea a costa de los demás).

Las reflexiones

«Siempre que estoy con indios siento la grandeza de nuestro creador en todo su esplendor, porque allí veo al hombre desnudo salido de su mano y, sin embargo, libre de dolores adquiridos»

Esta es una de las pocas críticas del autor, que prefiere no extenderse en los conflictos con los capitales y el resto de los hombres, entre los que encontró fantoches y buenos trabajadores y perezosos, como en todas partes, pero entre los que las estrecheces e incomodidades hacían mella. En una ocasión, Audubon explica su desazón al pararse a comer en una especie de posada y “me sorprendió lo incómodo que me sentí al sentarme a almorzar; no había usado un tenedor ni apenas un plato desde que salí de Louisville, y sin darme cuenta, varias veces me llevé la carne y las verduras a la boca con los dedos”.

Los momentos duros – “diez grados esta mañana lluviosa y desagradable en Shawaney Town. Durante toda nuestra estancia me he sentido inquieto, impaciente por dejar este lugar”, “sumamente harto de que mi estilo de vida indolente no me haya procurado algo que dibujar desde Louisville”- alternan con descripciones llenas de admiración y asombro por la belleza del entorno: “las hermosas y transparentes aguas del Ohio al introducirse por primera vez en el Misisipi forman pequeños dibujos (…) en este lugar, durante la puesta de sol, he podido ver centenares de ánades reales viajando hacia el sur y el arco iris más bonito de toda mi vida”.

También las descripciones de los lugares y las personas. su simpatía por los indígenas se traduce en sentencias como «siempre que estoy con indios siento la grandeza de nuestro creador en todo su esplendor, porque allí veo al hombre desnudo salido de su mano y, sin embargo, libre de dolores adquiridos». De Nueva Madrid dice que es un pueblo casi desierto «de los más pobres que hay en este río», sus habitantes «visten pantalones de piel de ante y una camisa del mismo tejido de la que rara vez se despojan a menos que esté tan harapienta o manchada de sangre que se vuelva desagradable incluso para el desgraciado que la lleva».

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Pelícano blanco americano
 John James Audubon / Nórdica

En noviembre, un mes del inicio de la expedición, el cansancio empieza a materializarse: “Cuando salimos de Cincinnati acordamos someternos a un afeitado y lavado completos cada domingo, y a menudo he sentido impaciente por ver llegar el día, pues ciertamente después de llevar toda la semana la misma camisa, saliendo a cazar a diario y durmiendo sobre pieles de búfalo por la noche se vuelve sucia y desagradable”. Pero todo lo compensa la visión de un chorlitejo patinegro, un martin pescador, reinitas gorjinaranjas, buitres negros americanos, chochines hiemales, águilas de cabeza blanca…

El procedimiento

Los ejemplares se intentaban abatir con disparos certeros, para destrozarlos lo mínimo y así poderlos dibujar. Audubon los sujetaba con alambres en diferentes posiciones

Los ejemplares se intentaban abatir con disparos certeros, para destrozarlos lo mínimo y así poderlos dibujar. Audubon los sujetaba con alambres en diferentes posiciones, para dar sensación de vida en sus dibujos, un procedimiento que nadie había utilizado antes.

En Nueva Orleans el ornitólogo permaneció una temporada en una plantación, donde el abundante tiempo libre que le dejaban las clases de pintura con las que se mantenía le permitía realizar numerosas excursiones y salidas para buscar nuevos ejemplares de todo tipo de aves, también las encargaba en el mercado y a cazadores. Él mismo practicaba la caza con un entusiasmo que ahora se nos antoja poco adecuado para el ideario conservacionista, pero criticaba sus excesos: “He visto perdices. Aquí son unas aves muy buscadas y se las caza sin piedad; los caballeros ni siquiera permiten que alguna pareja pueda permanecer con vida, por lo que la raza está casi extinguida en algunos lugares próximos a la ciudad”.

Los dibujos a todo color y a tamaño natural de todas estas especies de aves sorprendieron a un público acostumbrado a la visión de los animales disecados. En las láminas de Audubon aparecen interactuando entre sí y con el entorno, en su hábitat natural, entre ramas, árboles, cañas, en los bordes de ríos y lagos, en puertos y frente a cataratas, caminando y nadando, cantando, se diría que actuando. Y en posturas extrañas, ya que al querer representar las aves a tamaño natural se encontraba con el escollo del tamaño de las láminas, lo que obligaba a que las de mayor tamaño y envergadura aparecieran incluso retorcidas para ajustarse al papel, mientras que para llenar los huecos que dejaban los pájaros más pequeños los pintaba en grupo sobre arabescos de ramas, troncos y flores.

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American Crossbill o Picotuerto rojo
 John James Audubon / Nórdica

En su afán de realismo en ocasiones aparecían varias aves de la misma especie para mostrar aspecto desde diferentes ángulos; utilizaba acuarelas, tizas, lápices y en ocasiones guaches. En su Pájaros de América reúne 435 ilustraciones de unas 500 especies diferentes, y desde su primera publicación causó conmoción, para empezar en Gran Bretaña, luego en su propio país. En los últimos años se ha puesto de manifiesto que el realismo de Audubon en ocasiones no era tal, y que este habría fabricado datos científicos y plagiado otros, además de producir imágenes fraudulentas. Nada de eso empaña la belleza de unas ilustraciones que admiró el propio Darwin.

John James Audubon
Diario del río Misisipi
Editorial Nórdica, 264 páginas, 64 láminas, 21,50 euros

 

 

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