Descomposición social

AS Chile

Por  Alfredo Jocelyn-Holt     


 Vamos para el decimoctavo mes de esta desgracia mayúscula en que nos hemos visto sumidos, y ¿se ha sacado algo en limpio en todo este tiempo? Seguimos no sabiendo en qué estamos, ni cómo, ni cuándo, ni en qué vamos a terminar.

 Se insiste en querer hablar de un “estallido”, si bien, de atenerse a éste, el término preferido, es más lo que retumba que explica. Que a su vez se agravara la crisis, habiéndose sumado la emergencia sanitaria, cuando todavía estábamos en estado de shock, sin duda que vino a complicar el asunto. Disciplinados como país no nos hemos vuelto y eso que la urgencia lo exigía. Comportamientos anómicos, transversales, no atribuibles a grupo o condición especial alguna, han estado manifestándose impúdica e impunemente. Las cifras de contagio hablan por sí solas. Es que en Chile pareciera que no solo no se respetan las reglas, sino que la autoridad a cargo no siempre se hace respetar. Decreta cuarentenas, y medio mundo sale de sus casas con o sin permisos; tacos de automóviles en la carretera pueden llegar a ser de kilómetros y horas pero, incapaz de fiscalizar una situación que se desborda, se consiente que el tráfico siga no más. Las fiestas clandestinas se celebran igual, hasta con carabineros de juerga, durante el toque de queda, mandándose unos piscinazos registrados en cámaras, también agrediendo al conserje que pide que se retiren, o bien, con Carabineros haciéndose presente pero nadie les abre la puerta y se van.

 ¿Nos hemos vuelto anárquicos? Algunos comportamientos lo son. A Alexis de Tocqueville no le hubiese sorprendido; habría dicho que hemos dado con la pasión de la igualdad, el individualismo y la preciada democracia abandonada a sus más salvajes instintos. Es que en situaciones de este tipo, en que quedan atrás lazos jerárquicos que hasta entonces han unido y ordenado a sociedades tradicionales, el espíritu público flaquea, el poder nacional sucumbe, y los individuos devienen en autosuficientes. “Cuando cada clase se acerca y se confunde con las otras, sus miembros se hacen indiferentes y como extraños entre sí… no deben nada a nadie; no esperan, por decirlo así, nada de nadie; se habitúan a considerarse siempre aisladamente y se figuran que su destino está en sus manos”. En efecto, impulsados a no a seguir sino su voluntad, “miran de mala manera a toda autoridad”. En pueblos así de igualitarios, la anarquía hace patente su potencial, degenera en desorden campal y el cuerpo social queda reducido a polvo.

 ¿Cuándo entonces cabe calificar de descompuesto un orden social? ¿A la hora de los epitafios, constatado el colapso, y cuando es demasiado tarde revertir la desintegración que viene produciéndose de hace rato? Porque lo que es hasta ahora ¿le ha escuchado a alguien admitir en serio la posibilidad siquiera de que en esas estemos?

 

 

 

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