La ridiculez del lenguaje inclusivo

ABC

Por Lola Sampedro Lola Sampedro


Soy incapaz de tomarme en serio a alguien que diga ‘todes’ o ‘amigues’. El uso del morfema ‘-e’ me ruboriza tanto como cuando un adolescente me dice «menuda movida, troncos (perdón, tronques)». Lo llaman lenguaje inclusivo cuando no es más que un esfuerzo absurdo por infantilizar la lengua.

La insistencia por evitar el masculino genérico me provoca sopor. La comunicación radica también en la economía del lenguaje, además de en su uso apropiado. Hacerlo farragoso de forma gratuita consigue justo lo contrario a lo pretendido. En el caso de la escritura, logra que el lector pase por esos párrafos en diagonal. Cuando es hablado, el oyente pondrá el piloto automático mental y no se enterará de nada de lo que le estás diciendo. No será tanto un problema de falta de atención, sino de un mal uso del lenguaje que entorpece, hasta casi anular, la comunicación.

Leo en este diario la publicación de un libro de Geografía e Historia para Andalucía en el que se convierte el manual en un texto gratuitamente pesado y de lectura insoportable:

«En 1492 se instó a todos los judíos y judías a convertirse al cristianismo o a abandonar el reino. Los nuevos cristianos y cristianas recibieron el nombre de conversos y conversas (…) Tras la conquista de Granada, se garantizó a los musulmanes y musulmanas la práctica de su religión».

Como madre tengo una frase recurrente desde que mis hijos eran muy pequeños: «Habla con propiedad». He sido y soy vigilante en su conjugación de los verbos, en la utilización ajustada de los adjetivos… También, en que no sean vagos a la hora de expresarse, en que busquen los matices correctos en su vocabulario. Cuando tenemos una discusión, no me valen los monosílabos ni el silencio, les pido que se reivindiquen con el lenguaje, ¡defiéndete con las palabras!

Esas dos frases («Habla con propiedad» y «Defiéndete con las palabras») han germinado tanto en ellos que ahora, cuando ya son adolescentes, me sirven de mi propia medicina. No se conforman con un «porque lo dice mamá, y punto». Me lo merezco, por pesada.

Sin embargo, creo que esa precisión en el lenguaje, esa reivindicación en el discurso, nunca debe pasar por su infantilización. Si yo le pregunto a mi hija con qué amigos y amigas ha jugado hoy en el patio, lo único que consigo es ridiculizarla a ella, dar por sentado que su comprensión es limitada. La estaría tomando por tonta, cuando la verdad es que, aunque siempre le pregunto con el masculino genérico, ella me responde que en el recreo ha estado con Margarita y Juan. Leído lo del libro de texto de Andalucía, mi única esperanza es que ellos, nuestros hijos (¿ nuestres hijes?), sean más sensatos que nosotros. Y si un día les digo, «vamos todes de excursión», espero que me respondan: «Mamá, por favor, háblame con propiedad».

 

 

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