Socialdemocracia como anzuelo para moderados

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Por Mauricio Morales   Mauricio Morales


¿Qué es ser socialdemócrata?, ¿puede un gremialista ser socialdemócrata aunque haya votado por el Sí en el plebiscito de 1988? Mientras los intelectuales tratan de responder estas preguntas, el principal involucrado –Joaquín Lavín– no quiere entrar en este debate. Lo que hizo Lavín fue algo más sencillo: generar un hecho político para fidelizar electores moderados que hoy están sin partido, sin candidato, y sin liderazgos. Apoyó el proyecto de retiro del 10% y votará “apruebo” en octubre. Jaime Guzmán ya lo habría expulsado del partido, pues tales acciones están en las antípodas del gremialismo. Tampoco habría aceptado de buena gana las felicitaciones del comunista Daniel Jadue por la construcción de viviendas sociales en Las Condes.

Algunos han planteado que esta estrategia es análoga a la que implementó para las elecciones presidenciales de 1999, en que se ganó la chapa de populista. Esto es discutible dada la diferencia de contextos políticos e institucionales. En 1999, más del 60% de los inscritos en los registros electorales se identificaba en el eje izquierda-derecha según la CEP, cifra que cayó al 30% según la misma encuesta de diciembre de 2019 y que hoy -según otras fuentes- está cerca del 40%. En 1999 era más difícil -y hasta hereje- cruzar la frontera ideológica, a lo que se sumaba la regla binominal como estructura de orden, y un régimen de voto obligatorio que contribuía a generar patrones de conducta electoral algo más estáticos y predecibles. Además, la preocupación central de Lavín para esas elecciones pasó por conquistar el mundo popular, desafío en el que fue exitoso. Si bien el gremialismo pavimentó este camino desde la dictadura, Lavín consolidó esos apoyos en democracia.

¿En qué falló Lavín en 1999? Principalmente, en conquistar electores moderados. Avanzó, pero no le alcanzó. Perdió por 31 mil votos frente a Lagos en la primera vuelta. Pero hoy el panorama es distinto, aunque la experiencia de 1999 le está ayudando para moverse hacia el centro. Lavín sabe que enfrenta un ambiente polarizado, pero sin la intensidad ideológica de los ’90. Por tanto, presume que es más fácil hacerle una finta al eje izquierda-derecha y saltarse varios pueblos hasta proclamarse como un “gremialista socialdemócrata”. También constata que el centro está vacío y acéfalo dada la ausencia de liderazgos, y que una presidencial no se gana solo con los votos de derecha. Hay que crecer, y para eso la UDI no le sirve. Poco le importan las críticas de Matthei y sus aspiraciones presidenciales, y mucho menos la amenaza de Kast desde la extrema derecha. Está seguro de que si hay primarias con Matthei o Kast, les gana a ambos. Incluso si Kast va directo a una primera vuelta, sus votantes lo apoyarán sin vacilaciones en el ballotage. El problema de Lavín es Desbordes, quien lo anticipó en el coqueteo con el centro, aunque hoy se encuentra en el congelador. Es el rival más peligroso y por eso mismo había que salir a competirle.

Por todo esto, no tiene sentido discutir si Lavín es o no es socialdemócrata. No está interesado en promover un nuevo manifiesto ideológico, sino que conquistar a los moderados. Para eso, debe sacrificar su espíritu gremialista, presentándose como un candidato transversal. Sabemos que Lavín no ha sido muy exitoso electoralmente. Más allá de sus triunfos en Las Condes -algo poco meritorio para un candidato de derecha- y en Santiago, sabe más de derrotas que de victorias. Pero son las enseñanzas de esas derrotas las que le podrían abrir las esquivas puertas de La Moneda. Y sabe que las llaves de esas puertas las tienen los moderados. Hacia allá se dirigió su mensaje.

 

 

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