Sembrar vientos

ADN Cuba
Por Paula Escobar  Paula Escobar

A Mark Zuckerberg, al parecer, lo están castigando donde le duele más.

Al multibillonario dueño de Facebook se le vino encima un boicot de importantes avisadores por su incapacidad para manejar y enfrentar los discursos que promueven el odio y noticias falsas en su exitosa red social. Tras la ola de protestas contra el racismo en Estados Unidos, empresas como Coca Cola, Unilever, Hersey y Patagonia, entre muchas otras y de distinto tamaño, han anunciado su retiro total o parcial de millonarias campañas publicitarias por esta razón.

Zuckerberg y su mano derecha, Sheryl Sandberg, han intentado poner paños fríos, prometiendo hacerse cargo del problema, diciendo que los grupos críticos quieren que la red esté libre de discursos de odio, “y nosotros también”. Pero sin haber planteado contundentes medidas concretas, la respuesta ha sido considerada insuficiente y solo una estrategia de relaciones públicas.

Pero por otro lado, y más allá de Facebook y los poderosos de internet, es importante que cada uno de los usuarios de redes sociales asuma sus propias responsabilidades en esta materia. Son prácticas extendidas en redes sociales, que torpedean los esfuerzos por tender puentes de diálogo.

En último término, las redes sociales distribuyen este material violento u odioso, pero no lo crean. ¿Cuántos usuarios de Facebook, Twitter u otras redes pasan el test del odio?

Agredir, humillar, deshumanizar no son, desgraciadamente, sólo prácticas de Donald Trump y de grupos supremacistas blancos. Ni sólo son responsables de su existencia la desafección de Zuckerberg y compañía en evitarlas. Y el problema es que el incentivo de aquellas voces hostiles es probablemente el mismo que tienen Zuckerberg y sus compañeros de ruta. En la llamada “economía de la atención”, lo más importante no es que las personas aprueben o no el contenido, que le den valor o no, que le reconozcan calidad o que sea veraz, solo lograr que los consumidores se mantengan atrapados frente a la pantalla el mayor tiempo posible y compartan el mensaje, de modo que los avisadores -estos mismos que ahora alegan- puedan desplegar su avisaje de bebidas gaseosas, ropa o chocolates.

En el caso de las personas, la búsqueda de atención -y aprobación de ciertas “barras bravas”- no se da por motivos económicos, sino por reafirmar la “presencia”, la existencia digital.

La amplificación de discursos odiosos y deshumanizantes a través de las redes sociales tiene un impacto grave en la calidad del debate público. La violencia en el lenguaje desestabiliza el marco desde donde nuestras sociedades democráticas pueden operar, polarizando y politizando de manera radical los problemas.

Esto es especialmente relevante en Chile, con el debate constitucional que viene, que hace esencial intentar recuperar la civilidad del debate, tender puentes de diálogo, que parten, como dice Humberto Maturana, por tolerar al otro como legítimo otro en la convivencia.

La carta conocida esta semana en revista Harper’s de 150 intelectuales contra la cultura de la “cancelación” en redes sociales es una buena llamada a reflexionar sobre cómo el pensamiento progresista debe diferenciarse de las “barras bravas” y evitar caer en la trampa de justificar el atropello de la dignidad de los demás, una de sus definiciones identitarias más importantes. Cancelar, funar, humillar en redes sociales debilitan la democracia y los valores progresistas.

Donald Trump es un ejemplo paradigmático de aquel se que sirve de las redes sociales y de la libertad de expresión para diseminar falsedades, odio e incluso llamados a la violencia. Pero, dicen quienes firmaron la declaración, no se debe permitir que la resistencia “se endurezca en su propio tipo de dogma o coerción, que los demagogos de derecha ya están explotando”.

El último punto es central, ya que justamente ideólogos de la derecha “cavernaria” (como la bautizó el escritor Mario Vargas Llosa), antiguos censores de películas, medios, discursos, disensos, hoy enarbolan la libertad de expresión irrestricta como bandera contra lo que califican como dogmatismo de izquierda.

Dialogar y debatir con ellos -sin funas ni “cancelaciones”- permitiría, justamente, reflexionar.

 

 

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