La fuga más romántica de la historia: La mujer que aprendió a pilotear helicópteros para sacar a su marido de la cárcel

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Esta es una historia de amor. También una historia de ladrones. De robos, tiros y fugas increíbles. Michael Vaujour fue uno de los peores criminales franceses de finales del Siglo XX. Una leyenda del hampa que durante décadas vivió en un loop de delito, prisión y ansias de liberación. Sus intentos de fugas y los escapes que logró hacer con éxito tienen un cariz cinematográfico.

Por infobae.com

Las legislaciones antiguas no penaban la fuga. Varias modernas tampoco lo hacen. El principio en el que se inspiran sostiene que el ansia de libertad es una inclinación natural del ser humano. El hombre tiende a la libertad. Y sus deseos de ser libre, aún si ello implica fugarse de una cárcel, deben ser considerados. Las leyes modernas, naturalmente, penan algunos actos que se dan en estas fugas de manera que no queden impunes: daño a la propiedad pública, uso de armas, lesiones, interrupción violenta de condena (un intento de fuga también interrumpe la “buena conducta” en aquellos sistemas que la consideran para reducir las condenas). Francisco Suárez, un jesuita del Siglo XVII, hasta sostenía que la fuga era legítima cuando la pena no era proporcional, demasiado extensa o las condiciones de de la prisión eran inhumanas.

Michael Vaujour tuvo una infancia difícil. Sus padres lo abandonaron siendo muy pequeño. Una tía se encargó de su crianza hasta que un cáncer le provoco la muerte cuando Michael tenía 8 años. Al poco tiempo las travesuras se convirtieron en incidentes y éstos en delitos. Fue detenido por primera vez a los 18 años por el robo de un auto. Las entradas y salidas de la cárcel se sucedieron hasta que poco después obtuvo su primera condena larga. Diez años de prisión. Vaujour nunca recibió una condena creyendo que la cumpliría. Desde el momento en que ingresaba a un presidio, todos sus pensamientos y energías estaban puestas en diseñar planes de escape. Desde 1973 protagonizó seis fugas exitosas de diferentes presidios.

La tapa de Paris Match de la fuga, donde se observa a Michel Vaujour tomado de los patines del helicóptero. Su cómplice quedó abandonado en la terraza. Así Nadine se llevó a su esposo.

A principios de la década del ochenta lo detuvieron una vez más (ya casi llegaba a la decena). En esta ocasión por robo a un banco y por intento de homicidio a un policía (le disparó mientras trataba de evitar el arresto), le esperaba una pena larga ya que también debía purgar los años que debía de las anteriores sanciones penales que no había cumplido.

Hasta ese momento parecía haber cubierto cada uno de los posibles escapes conocidos por la literatura policial y el cine de acción. La primera vez obtuvo copias de las llaves de los portones de una prisión provincial al quitarle a un guardia el manojo de llaves y utilizar jabón para hacer el molde y luego poder replicarlas. En otra ocasión, talló un arma en jabón, la pintó laboriosamente de negro y la utilizó para amenazar al resto y poder salir caminando por la puerta principal. También se ocultó entre la basura que cada día operarios sacaban a la calle. O instigó un motín para aprovechar la confusión y salir mientras la atención estaba puesta en otro lado.

Apenas enterada de su fuga, en cada oportunidad la policía local salía desesperada en su caza pero Vaujour se escondía bien. Nunca era alcanzado en esa persecución inicial. Pero siempre volvía a caer. A los pocos meses volvía a delinquir y lo apresaban.

Su estadía en la cárcel parisina de La Santé parecía la definitiva. Lo derivaban allí porque era de máxima seguridad. Ya todos estaban alertados de sus intenciones. Tenía los ojos de cada guardia del presidio sobre él. Pero mucho no le importó. Puso en práctica planes descabellados para lograr su libertad. Todos fueron abortados. La sanción que recibía cada vez era la de pasar muchas semanas en aislamiento. Una celda oscura, sin comunicación con nadie, en la que las horas se detienen, en las que no se sabe cuándo es de día ni de noche, en las que el silencio distorsiona las percepciones y enloquece. Pero él siempre regresaba con nuevos planes. Cada día en aislamiento sólo reforzaba su vocación de libertad.

Casi no recibía visitas. Sólo dos mujeres seguían firmes junto a él. Su hermana y, también su esposa, Nadine. Ellas iban en cada día de visitas y se quedaban el mayor tiempo posible. Le llevaban comida, ropa, revistas y cigarrillos.

Michel Vaujour se fugó varias veces de las prisiones francesas. Desde 1973 protagonizó seis escapes exitosos (Getty Images)

El 26 de mayo de 1986, hace 35 años, un hecho conmocionó la capital francesa. Cuando los parisinos escucharon que se había producido la más espectacular fuga de la historia de la cárcel de La Santé, no tuvieron dudas de quién era el protagonista. Pero mientras pasaban las horas y los noticieros televisivos y las ediciones vespertinas urgentes de los diarios daban mayor información, la sorpresa se incrementaba. Michael Vaujour se había superado. Se había escapado de La Santé en helicóptero.

Las informaciones eran confusas y las preguntas múltiples. ¿Cómo había conseguido un helicóptero? ¿Quién lo manejaba? ¿Quién era el propietario? ¿Cómo había logrado llegar a los techos de la prisión para abordar la nave? ¿Hacia dónde había escapado? ¿Qué pasó con el helicóptero? Casi todas las preguntas tuvieron prontas y sorprendentes respuestas.

Esa mañana Michael Vaujour y Regis Hernández, un cómplice que estaba en su mismo pabellón, amenazaron a compañeros y guardias con lanzar granadas. Así fueron abriéndose paso. Pero en vez de ir hacia las puertas exteriores se dirigieron a los techos. Los guardia cárceles no entendían qué pasaba con claridad pero no se preocuparon demasiado porque no entendían de qué manera se escaparían. La amenaza de las granadas los persuadió; mantuvieron una distancia prudencial. Sin embargo, pasadas las horas descubrieron que esas supuestas granadas eran frutas pintadas de verde y negro por los dos reclusos. Una maniobra que solía usar Vaujour para evitar los agravantes por uso de armas de fuego.

La cobertura de la captura de Nadine Vaujour en Paris Match

De pronto un helicóptero sobrevoló La Santé. Quien piloteaba la máquina desoyó todas las advertencias y quedó muy cerca del techo de la prisión. Los dos hombres llegaron corriendo. Se vio un arma (que luego se supo que también era de juguete). El piloto lanzó una soga de la que los hombres se asieron. Mientras levantaba vuelo, Vaujour se estiró y con sus dos brazos se colgó de uno de los patines del helicóptero. El otro hombre se soltó de la soga y quedó dentro del presidio levantando su brazos, ofreciendo la rendición. Nunca se supo con claridad si fue decisión propia o si sus secuaces lo abandonaron.

La nave aterrizó en la cancha de fútbol de una universidad cercana y el fugado y el piloto se subieron a un auto que los esperaba y se marcharon. La policía no los alcanzó. Sólo encontraron el helicóptero vacío sobre el césped. Buscaron rastros y huellas digitales que les pudieran dar alguna pista de quién había sido el que facilitó la fuga. Pero no necesitaron de ninguna pericia forense. A los pocos minutos, alguien se presentó y reclamó la propiedad del helicóptero. Una de las pocas agencias parisinas que los alquilaban. El dueño dijo quién se lo había rentado por una hora de vuelo. A los investigadores el nombre no les dijo gran cosa pero cuando le pidieron que describiera al hombre que lo alquiló, el hombre se rió. “¿Cómo un hombre? Es una mujer”, dijo. Luego de describirla ya no quedaron dudas. Quien manejaba el helicóptero era Nadine Vaujour, la esposa de Michael.

Hasta hacía cinco meses antes, Nadine nunca se había subido a un helicóptero. Pero en ese tiempo hizo el curso correspondiente y obtuvo la matrícula habilitante para pilotearlos. Sus instructores dijeron que era una mujer callada, discreta y muy aplicada. Que su puntuación en el examen final fue de 58 sobre 60, la más alta de esa jornada. Que mientras cursaban, la ponían a ella como ejemplo frente a los demás alumnos. Nadine sumó horas de vuelo y dos o tres veces por semana alquilaba uno para dar paseos de una hora. Todo esto lo hizo utilizando una identidad falsa para no levantar sospechabas. A veces iba sola, otras acompañado por hombres o mujeres, pero nunca repetía compañero. Al mismo tiempo, Nadine visitaba a su marido en la prisión. En cada paquete que le llevaba, escondía pequeños papeles en los que con letra microscópica narraba el plan de escape. En la última visita le comunicó de esa manera, la fecha y la hora del gran día.

Michel pasó 27 años de su vida en prisión. De esos, 17 fueron en celdas de aislamiento (Getty Images)

Los investigadores rápidamente reconstruyeron los días previos. Nadine hizo el curso, se recibió, sumó horas de vuelo, alquiló periódicamente la nave para no levantar sospechas y el día clave, luego de levantar vuelo, aterrizó en una zona cercana, cambió las patentes del helicóptero por unas falsas para distraer a la policía, que tardaran algo más en identificarla y así ganar tiempo para su escape posterior por tierra. Y después volvió a despegar hacia La Santé para recoger a su marido.

Nadine y Michael tenían dos hijos pequeños que estaban al cuidado de la madre de ella. Tras la fuga, la policía rodeó la casa de la abuela por si los delincuentes más buscados se ponían en contacto con sus hijos. Pero después de dos o tres días de silencio e inacción, la policía entró a la casa de la señora. La encontraron viendo una novela de la tarde en la televisión. Revisaron toda la casa y no encontraron ni a sus nietos ni ningún elemento incriminatorio. La señora los despidió con molestia porque le hicieron perder el final de la tira televisiva. Los Vaujour habían logrado también sacar a sus hijos delante de las narices de toda la policía parisina.

La búsqueda se extendió por toda Francia pero fue infructuosa. La pareja había desaparecido. Sin embargo, ocupaban la tapa de todos los diarios y revistas. La historia policial había mutado en gran historia de amor. La mujer que aprendió a manejar helicópteros por amor. El escape más romántico de la historia. Nadine se convirtió en una rara mezcla de Bonnie (con su Clyde) y Amelia Earhart.

Pero la pulsión delictiva de Michael lo hizo volver a escena pronto. Exactamente cuatro meses después de su gran escape, tuvo un enfrentamiento con la policía mientras robaba un banco, también en París, junto a dos secuaces. Uno de los disparos policiales se alojó en su cabeza. Las fuerzas del orden de la zona estaban alertas porque tres días antes había habido otro robo en un banco cercano. Al momento de abatir al delincuente no sabían de quien se trataba. Recién en el hospital, pudieron determinar su identidad a través de sus tatuajes y las huellas dactilares. Michael Vaujour luchaba por su vida. Las posibilidades eran escasas. Después de pasar semanas en coma, se despertó. Pero había perdido para siempre la movilidad de sus piernas.

La historia de Nadine y Michel ocupó a los medios de Europa. Mutó de un caso policial a una historia de amor

Al día siguiente encontraron a Nadine. No opuso resistencia. Sólo pidió que su hijos fueran llevados, una vez más, con su abuela. Ella estaba embarazada de nuevo. Por su responsabilidad en la fuga fue condenada a catorce meses de prisión, de los que cumplió efectivamente unos pocos. Fue liberada para dar a luz.

La pareja se disolvió unos años después. Ella estudió derecho y se dedicó a defender clientes y a luchar por los derechos de los presos y para que las cárceles presenten condiciones dignas de vida.

Michael, años después, se volvió a casar. Y permaneció varios años más detenido hasta que a principios del nuevo milenio le redujeron la pena. En total pasó 27 años preso de los cuáles casi 17 los hizo en aislamiento.

En Francia desde el caso de Michael y Nadine Vaujour se instaló una extraña tradición entre presidarios escapistas y en las últimas décadas ya hubo al menos cinco que utilizaron helicópteros para sus fugas. El último fue otro pertinaz Houdini carcelario llamado Redoine Faid que en 2018 salió volando de la penitenciaria Seine-et-Marne. La anterior oportunidad en que Faid se había ido de una cárcel lo hizo en 2013 con un festival de explosivos que nadie sabe bien cómo logró introducir. Hizo volar las cinco puertas que lo separaban de la calle.

 

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